Hay una raza de jugadores diferente. No es fácil detectarla. Son hombres que están habitualmente escondidos entre otros impostores que también suelen sobresalir de la media con números extraordinarios. Con estadísticas surreales. Los ídolos falsos brillan, pero no son oro. Hay que ver muchos partidos para encontrar a los genuinos. Pasarse meses, años, incluso décadas. Los reales, los que modifican situaciones, aparecen a cuentagotas. Es algo así como mirar un río y esperar al pez saltar. Puede suceder o no. Pero hay que estar listos: cuando ocurre, es maravilloso. Son momentos de los juegos en los que todo parece estar terminado, pero un click vuelve a girar la rueda. Se produce una vuelta de tuerca más, un cambio de libreto que modificará todo. El balón en esos instantes es una bola de fuego que la mayoría esquiva. Pero esta clase de genios no.
Shai Gilgeous-Alexander pertenece a esta condición. Rompió, este viernes por la noche, un nuevo muro para su carrera. Porque el Thunder no la pasaba bien ante los Pacers en el Gainbridge Fieldhouse. Parecía que Indiana se quedaba con el cuarto partido por intensidad, por juego de equipo, por tener soluciones en varias manos.
Shai, el MVP de la NBA, el distinto de Oklahoma City, decidió otra cosa. Puso la pelota bajo el brazo y cambió las reglas para que el Thunder gane el partido 111-104. Aquí, esta noche, mando yo. Lo escribió J.R. Moehringer en la biografía de Andre Agassi, esa joya titulada Open: hay hombres que son termómetros y otros que son termostatos. Los primeros miden la temperatura, pero existen otros, extraordinarios, que la modifican.
Eso hizo Gilgeous-Alexander esta noche en las Finales NBA. Mostró que lo de él no es solo una excelente temporada regular. No está, dicho con respeto, en la misma sala que Joel Embiid. En absoluto. Tampoco es solo una hermosa historia de superación: de mendigo a millonario. De subestimado a superestrella de la NBA. Hoy Shai se sentó en la mesa prohibida de los grandes de este deporte. De las leyendas en serio. En los escenarios que no iten falsificaciones ni estafas. Quien entrecerró los ojos esta noche, quien se acercó a la pantalla casi en plano detalle, seguro detectó en esos movimientos de trazo fino, en esa danza en puntas de pie de Shai, a Kobe Bryant. A Michael Jordan. Volvió a vivir ese cosquilleo que producen escoltas capaces de someter a los rivales más duros con sus propias manos.
Y no en el primer cuarto. En el último. En el clutch. Cuando el tiempo, variable determinante de un juego hecho con esa materia prima, escasea. Cuando cada balón pesa el doble. El triple. Cuando nadie quiere.
En ese momento, Shai Gilgeous-Alexander quiso.
En ataque, Indiana llevó a Oklahoma City al terreno que deseó. El Thunder tuvo solo diez asistencias en todo el partido, abusó del juego individual, y solo encestó tres triples en la noche. Un número ridículo. Pero uno de esos tres tiros desde detrás del arco lo hizo Shai en el momento decisivo, cuando los nubarrones anticipaban una tormenta en contra.
Cuando parecía claro que perderían el juego.
Shai Gilgeous-Alexander cambió el destino del cuarto partido 5j2438
Shai cambió los carteles de señalización de la serie. Hasta hoy, sabíamos que Indiana dominaba en los últimos cuartos. Esta noche, fue al revés. OKC le ganó a los Pacers 15-7 en el clutch, y Gilgeous-Alexander anotó 14 puntos de esos 15 en ese lapso. Una locura. No solo eso: hizo 15 puntos en el último cuarto, con 8-8 en TL. En un juego de Finales NBA fueron números que solo tuvo Michael Jordan. ¿Cuándo? En el Juego 6 de las Finales de 1998 ante el Jazz (16 unidades, 8-8 en libres).
Gilgeous-Alexander nos está sumergiendo a todos en la historia. Esta película ya la vimos: adversidad, caída y redención a tiempo. En el momento justo. Jalen Williams (27 puntos, siete rebotes), volvió a ser el Scottie Pippen de Shai. Silencioso, eficiente, siempre cuidando su espalda. Está pasando algo que alguna vez ocurrió con los míticos Bulls de los noventa: hay varios jugadores excelentes, pero cuando acecha el drama, cuando el guión necesita un héroe, el base canadiense se impone.
El fruto aún no está del todo maduro. Falta una pizca de narrativa: recién se está empezando a gestar el vía crucis de su historia épica. Pese a todo, sin alertar demasiado a propios y extraños, el Thunder empieza a entender que tiene, en sus filas, a su propio niño Dios.
Hoy, con el partido casi perdido, el milagro llegó de sus manos. Ahora, la serie regresa a Oklahoma City igualada dos juegos por bando.
La fe es lo último que se pierde. Nunca hay que rendirse. Creer, siempre creer.
De Toronto hasta la cima del mundo.
Shai Gilgeous-Alexander.
Y todo lo demás, también.